Vukovar fue mi última ciudad en Croacia. Después de 40 km, crucé el Danubio y entré a Serbia por Backa Palanka. Desde ahí tenía otros 40 km hasta Novi Sad. A mitad de camino pedaleé junto a una pareja que me acompañó hasta el centro de la ciudad y me dio unos cuantos consejos. Fueron los primeros de una gran cantidad de serbios que se me acercaron en mi viaje. Increíblemente hospitalarios. A la mañana siguiente, después de desayunar y visitar el centro, paré en un puente a hacer una foto del castillo y tuve mi primer charla en serbio: 10 minutos hablando con un novisadiense (o novisadieno?) al que no le importó que no tuviésemos idioma en común: María Teresa, Che Guevara, Messi, Tito, Yugoslavia… tocamos varios temas antes de que yo siguiese hacia Belgrado. En la ruta se me acercó otro ciclista y me recomendó mil lugares para visitar en Serbia, pero me quedaban lejos de donde quería ir. Al rato, paré a comer en Stara Pazova y esta vez charlé en inglés con el mozo del bar: Guerra de los Balcanes, Ginóbili, Delfino y un Argentina-Serbia de 1998 del cual no tenía ni idea. A media tarde llegué a Belgrado y me quedé unos días en casa de mi amiga Marijana, que hizo de guía turística un día. Muy linda ciudad, me gustaría volver pero sin bicicleta; es más para salir que para ver.
Después de unos días de descanso, salí hacia Srebrenica (Bosnia y Herzegovina) e hice noche en Šabac y Krupanj. Ahí empezaron las montañas, en donde se me acercaron muchos curiosos a preguntar que hacía por ahí y al ver de donde venía me invitaban con lo que tenían (café, comida, frutas, preguntas…). Al bajar de la montaña crucé a Bosnia para visitar el cementerio-memorial de Potočari y Srebrenica (lo contaré en otra entrada). Al día siguiente volví a Serbia para subir al parque nacional Tara y Mokra Gora. El parque me dio la bienvenida con una subida de 900 metros de altitud y 13 km en tres horas. Mi primer gran subida. El parque es muy lindo y las vistas espectaculares. Ese día bajé la montaña y dormí en un camping cerca de Mokra Gora. Por la mañana visité Kustendorf, el pueblo que hizo Emir Kusturica para su película La vida es un Milagro y que ahora es, además de lugar turístico, la sede de su festival de cine. Veinte kilómetros más tarde ya estaba de nuevo en Bosnia, camino a Višegrad.